Para H. Pascal
Ad astra
I
Mientras la camioneta avanza lento detrás de un tráiler de doble remolque, miro a través de la ventana las capas verde y azul que cubren todo el espacio que alcanzan los ojos. Colinas y colinas se aglomeran con las manos tomadas, pinos y árboles tropicales casi se abrazan, pero mantienen espacios inamovibles y propios. Desde la carretera me pregunto cuántas plantas y animales habitarán entre y sobre la densidad de troncos. Frente a mí se encuentra la reserva ecológica La Sepultura, en Chiapas.
II
Un par de semanas antes de que mi papá muriera, le propuso a un amigo abogado, quien le dijo que quería escribir una novela policíaca, que mejor escribiera un thriller ecológico centrado en una empresa que contamina un río. Le parecía que la vieja ficción negra del asesinato a pequeña escala está siendo rebasada: ¿Para qué escribir sobre un cadáver si todos estamos siendo lentamente envenenados?
III
Hace unos cuantos años me encontré por la calle a un hombre que fue señalado por una expareja por abusos. En la breve conversación que tuvimos, él, otro abogado, fue rápido en esgrimir su más objetivo argumento: la ley dice que debes presentar evidencias sólidas, no sólo un testimonio. Y la ley es la justicia. No pretendo reproducir toda la discusión que vino después. Sólo me interesa señalar que me sorprendió que la ley fuera tomada como una norma ahistórica, casi venida de un ente superior, que nada tiene que ver con contextos culturales. Esto se llama positivismo jurídico y dice, entre otras cosas, que una ley o norma social injusta no deja de ser ley. Ningún concepto, ni siquiera los de naturaleza o ley, está separado de su época.
Revista completa en PDF: La peste