La incurable corrección de estilo (ensayo)

Publicado en Nexos en julio 2020

Mi intención es hacer un ensayo en el que me corrijo el estilo a mí misma. Por ejemplo y, de inicio, ese “a mí misma” está de más. Y quizá también sobra explicitar cuál es la intención del texto. La máxima “show, don’t tell” genera (había escrito tiene) reacciones casi pavlovianas en todos los que se han dedicado a la narrativa desde hace un rato. Me corrijo, voy de nuevo.

Haga usted de cuenta que acabo de comenzar. La corrección de estilo es un arte tan discreto como el de un destapador de caños.
Uf, eso también va para afuera: es una comparación burguesa, que deja a un lado un montón de hechos, como la ínfima cantidad de dinero con la que viven los que se dedican a ese asqueroso pero necesario oficio.

Lo que quería decir con esa comparación, que usted, querida lectora, nunca debió haber leído, es que la labor de un corrector de estilo es la de una jerga ilustrada que impide que se nos inunden los ojos de rimas involuntarias, errores ortotipográficos, frases desafortunadas y tortuosos complementos circunstanciales puestos al revés. Es una lástima que mientras tanto nosotras, las correctoras, nos llenemos de rimas involuntarias de retinas cansadas; errores en la columna vertebral que pasa horas toda chueca; frases desafortunadas como “el pago viene retrasado” y tortuosos intercambios de emails con patrones de varios colores: empresariales, privados, amistosos.

Por otro lado, las habilidades que me han dado este trabajo, me han permitido tener el súper poder de editar mis emails laborales. Aquí un ejemplo:

Cobro 50 por cuartilla.
Cobro 40 por cuartilla.
Cobro 30 por cuartilla.
Mi tarifa es 20 por cuartilla. Por favor, gracias.

Ahora aparece en la pantalla de mi cabeza Clippy, superhéroe en forma de clip que Word nos presentó hace ya años, con una alerta. Me sugiere que mejor escriba lo anterior en un tono más light, menos de queja. Esa metálica manifestación de mi instinto de supervivencia tiene miedo de que, si este texto llegara a manos equivocadas, se me juzgara ingrata y mi salvaje pasión por comer diario se viera comprometida por un castigo de la todopoderosa mano de las editoriales. 

Leer completo en https://cultura.nexos.com.mx/?p=20503

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